Cuando Diego se retiró, fue porque tenía que hacerlo. Sabía que no se podía exigir más que eso, que su cuerpo ya había tenido demasiado. Lo había dado todo.
Después de eso, empezamos a tener otra clase de relación. Nos unía Boca, y cuando yo todavía jugaba, él volvió al club como director deportivo. Empezamos a interactuar más. Y ahí fue cuando empezamos a tener una relación más personal.
Tuvimos gestos que significaron mucho para el otro. Él vino a mi casamiento. Cuando perdí a mi hijo, él estuvo ahí para mí. Y cuando él tuvo momentos difíciles, yo estuve cerca de su familia.
Nunca pensé que volveríamos a trabajar juntos. Menos me imaginé que tendría la posibilidad de ir a un Mundial con él. No había jugado para la Selección Argentina desde 1999. Y en 2008, cuando yo tenía 34 años, me lesioné los ligamentos de la rodilla derecha. En ese momento ni siquiera sabía si iba a volver a jugar al fútbol.
Pero me recuperé a principios de 2009, y para entonces, por una de esas raras cosas del destino, Diego se había hecho cargo de la Selección Nacional. Y después empezó a apoyarse en los jugadores que estaban en el fútbol local, y no sólo en los que venían de Europa. Y entonces, me llamó. No había jugado por una década con la camiseta argentina y de repente Diego me empezaba a dar partidos. Así llegamos a la parte final de las Eliminatorias para el Mundial, y yo me di cuenta de que podía ser parte.
Adelantamos a octubre de ese año y nos encontramos con el partido en el que le tenemos que ganar a Perú en la anteúltima fecha para mantenernos con chances de ir al Mundial. Era un momento de crisis para Argentina. No ganar un Mundial, ya es bastante malo. ¿Pero ni siquiera ir a un Mundial…? Impensable.
Realmente estábamos bajo mucha presión y había que salir con el cuchillo entre los dientes.
Así que ahí estamos, jugando contra Perú en Buenos Aires, y diluvia. Es un clima bíblico. Hacemos un gol. Gracias a Dios, está todo dado para ganar 1-0. Y después llega el empate de Perú antes del final. Desastre. Estábamos terminados. Game over. Chau Mundial. La gente se empieza a ir del estadio, como loca, enojada. Y Diego, que había sido muy criticado en la prensa por sus tácticas, por llamar a un delantero viejo que todos creían terminado… ahora también está listo.
Pero en tiempo de descuento, ganamos un corner. La pelota llega al área y me queda de frente, para que la toque rumbo a la red. Gol. Empiezo a correr como un loco, con todos los compañeros que me persiguen. El estadio explota. Diego también se manda corriendo al campo, se tira de cabeza y aterriza en el pasto mojado. Qué momento. ¡Qué noche!
Me gusta pensar que, si mi vida fuera como una película, y la primera escena fuera esa foto en la que estoy pateando una pelota, el final, cuando llegan los títulos, sería el de ese festejo de gol bajo la lluvia.
Esa victoria unió muchas cosas. Como la amistad entre Diego y yo, y la fe que había depositado en mí. Sin contar el hecho de que cuando Argentina se clasificó para el Mundial 86, también lo había hecho con un gol a Perú cerca del final, en una eliminatoria muy tensa.
¿Era pura coincidencia? No lo creo. Creo que ahí había una conexión.
Después de marcar un gol como ese, uno se empieza a preguntar qué va a pasar en el verdadero Mundial. Nunca había ido a uno. Y ahora Diego se estaba preparando para anunciar al plantel definitivo, y la incertidumbre había estado en el aire por meses. No tenía idea si me iba a llevar. Cada tanto me llamaba y me preguntaba cómo andaba. Y justo antes de la convocatoria, me llamó y me dijo: “Martín, te tenés que presentar el lunes. Vas a ir al Mundial”.
Todavía me acuerdo de su voz en ese llamado como si fuera ayer. Y sólo podía estarle agradecido. Lo único que le decía: “Gracias, Diego. Gracias por la oportunidad”. Siempre mis palabras para él fueron de agradecimiento.
Lo mismo cuando le hice el gol a Perú: un abrazo y unas gracias. Así es como era.
Sabía que no iba a estar entre los titulares. Tenía 36 años cuando fui a Sudáfrica, y en el plantel había jugadores como Lionel Messi y Carlos Tevez, así que lo entendía. Pero en el último partido del grupo, contra Grecia, ya estábamos clasificados para la siguiente ronda, y Diego me puso en los últimos 10 minutos. Fue mi primer partido en un Mundial. E hice un gol. Lo hice con mi familia en la tribuna: mi hermano, mi hijo mayor, mi mujer. Fue uno de los momentos más felices de mi carrera, y otro de los que conectó muchos puntos. Sentí como si mi carrera hubiera llegado a completar un círculo.
Jugar para Diego fue una experiencia especial. Lo que representaba para nosotros, la manera en la que nos hacía sentir, era muy fuerte. Iba más allá de la táctica. Simplemente te llenaba de confianza. Cuando pasamos a octavos de final, de verdad pensábamos que podíamos ganar el Mundial. Porque así era como se daban las cosas con Diego. Lo había ganado como jugador. Lo único que le faltaba era ganarla como técnico, y ahora estaba ahí con nosotros. Tenía tanto sentido. Parecía una cosa del destino.
Así que sí, el hecho de que no pudiéramos ganar esa Copa fue una de mis grandes decepciones, tanto a nivel de mi carrera como por la relación con Diego.
Así y todo, los lindos momentos por esa etapa con la Selección siempre van a estar conmigo. Y tengo una pequeña cosa para recordarla. Diego siempre usaba esos aros brillantes que parecían iluminar el lugar donde estaba. Un día antes de un partido le dije: “Bueno, si hago un gol, me das un arito”. Era una broma, pero al día siguiente metí el gol y me lo regaló.
Todavía lo tengo. Está muy bien guardado, como un pequeño tesoro.