La penúltima semana de abril no ha sido nada fácil para Tigres.
Tuca Ferreti hizo uso de los medios para presionar a sus directivos en lo que respecta a la extensión de su contrato, y estos reaccionaron de la peor manera.
¿El resultado?
La no renovación de Ricardo Ferreti en una semana que no debió tocarse.
El fin de la era más exitosa en la historia, no solo de Tigres, sino del fútbol regiomontano, se hizo oficial (o extra oficial), en medio de una fiesta sagrada.
El clásico regiomontano es ese punto de equilibrio entre el patrón y el obrero; el rico y pobre.
Durante esos noventa minutos, el desafortunado puede ganarle una al que siempre gana; eres amigo del enemigo y le deseas noventa de mala suerte a tu mejor amigo, si por ahí trae puesta la camiseta del rival de la ciudad.
Lo que siempre ha distinguido a Nuevo León del resto de las plazas… antes de que Rayados ganara sus Copas y Tigres sus Ligas, es esta final garantizada al menos una vez por semestre.
Porque el clásico es justo eso: una final en la que si bien no se decide el éxito o el fracaso de los equipos, sí conlleva una alegría distinta.
Ganarle al vecino es más que echarse tres puntos a la bolsa. Es llegar contento al trabajo; sacar del buró los chistes previamente elaborados.
Es aguantar la carrilla sin poder decir nada, a sabiendas de que la vida da muchas vueltas… más si hay una pelota de por medio.
En unas cuantas horas dará comienzo el partido más importante de la campaña regular.
Dejemos nuestros debates innecesarios y prendamos el carbón.
Destapemos cervezas con los amigos y vivamos esta fiesta como lo que es: la envidia nacional.
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