¿Está abierta mi oficina?, pregunta Ricardo Ferretti tras arribar a la que fuera su casa durante once años… y que en papel la sigue siendo.
El encargado le dice que sí; lo recibe como a un extraño.
Camina por el túnel y se mete al vestidor. Saca una cajetilla de cigarros y bebe café, quizás recordando cómo empezó todo esto… cómo fue que terminó de tan extraña manera.
La atención está dividida.
Por un lado los hinchas actualizan twitter y escuchan la radio esperando noticias sobre la llegada de Miguel Herrera.
¿Cómo va a jugar?
¿Apostará por una línea de cinco o una línea de cuatro?
¿Charrúas y franceses comandarán el ataque?
¿Vendrán más refuerzos?
Son algunas de las preguntas.
Sin embargo, también están los otros aficionados.
Esos que aún se aferran a la nostalgia o al reproche. Que lloran la salida de Tuca Ferretti o buscan algún nuevo motivo para desacreditarlo.
Ellos dejan en paz al Piojo Herrera… ya luego se ocuparán del estratega.
Por ahora su atención está puesta en ese viejo que sigue asistiendo al universitario como lo hizo durante más de una década.
Ya no hay jugadores a los cuales entrenar, no obstante. Sus gritos y regaños rebotarán en las paredes del vestuario; el eco de un equipo al cual recibió destrozado y lo llevó a disputar la final del mundo, tal vez le humedezca la mirada y le forme un nudo en la garganta.
¿Cómo empezó todo esto?, quizás se pregunte.
¿Merezco tener este fin?, capaz arroje de forma retórica y muy probablemente se responderá que sí, que sí lo merece. Porque el hombre tendrá todos los defectos del mundo pero siempre fue un caballero con la repartición de culpas.
Pero acá les digo que no… que no lo merece.
Que ni Tuca ni el equipo merecen cerrar así una época llena de gloria y de sonrisas; llanto y frustraciones. Una época que unió y desunió a la hinchada; que rediseñó el perfil tigre y que jamás… por nada del mundo será olvidada.
Ricardo merecía cederle el trono a Miguel Herrera y compartir aplausos con el nuevo entrenador. Pedirle que le cuide el castillo que él formó; empatar el fin de una década preciosa y el inicio de una nueva era que, muy probablemente, será igual de exitosa, pero eso ahora no importa.
Tigres acertó en la decisión, creo yo, pero falló en las formas.
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