Arranco ésta pieza admitiendo que me considero un defensor de la rivalidad futbolera. Me gusta eso de querer que mi equipo gane y que el vecino pierda. No me sumo a la mentira popular de: mientras la Copa se quede en casa, porque resulta que no vivimos en la misma casa. Sin embargo…
¿Tan difícil es entender que la carrilla no siempre cabe?
Nos vemos ridículos tratando de desacreditar lo que Rayados hizo en 2019; cuando le jugó de manera estupenda al Liverpool y luego regresó a México para salir campeón de Liga. Pecamos de ingenuos al tratar de descifrar cuál de las dos finales dolió más perder; y también nos vemos mal al decir que un título vale más que otro… que cuatro estrellas doradas valen más que siete locales.
¿Que a Tigres le tocó un camino distinto?
Es cierto.
¿Más sencillo?
Se podría decir.
Pero también es verdad que le pudo meter cuatro goles al campeón de la Copa Libertadores y que, en su primera participación en un mundial de clubes, logró lo que ningún otro antes había logrado. Que siendo rayado cambiarías ese partido valiente contra el Liverpool por una final del mundo.
Aplaudo al rayado que apoyó a Carlos Vela en la final de la CONCACAF. Aplaudo también al que se puso la camiseta del Tigres coreano y que disfrutó las atajadas del arquero de Palmeiras… que gritó el gol de Bayern en la final.
Me encanta ese tipo de rivalidad, insisto. Pero no nos exhibamos forzando polémicas donde no las hay.
Lo que logró Rayados en 2019 es tan histórico como lo que hizo Tigres en Qatar 2020 (aunque se jugó en el 2021).
Subámosle un par de niveles a la calidad y pongámonos a la altura de nuestros equipos. Que ellos son de primera y nosotros nos rehusamos a salir del rancho.