Tigres está a noventa minutos de llegar a su octava final de Liga en los últimos diez años. Esto es una muestra clara de lo bien que ha trabajado el equipo, con estos y otros jugadores; ahora con Miguel Herrera y antes con ‘Tuca’ Ferretti.
Es verdad que los comandados por el ‘Piojo’ aún no han logrado nada y que en un Club como Tigres no basta con llegar a semifinales e ilusionar a la gente.
Que lo que corresponde ahora es cumplir con las expectativas que ellos mismos han generado y que no solo se partan la madre para lograr el campeonato, sino que acompañen el esfuerzo y el sudor con una dosis de buen fútbol.
Sin embargo, al margen de lo que suceda esta noche, yo quiero destacar algo.
Y es que por más que lo intento no recuerdo cuándo fue la última vez que hubo una conexión tan fuerte entre aficionados, cuerpo técnico y jugadores.
Pudiera mencionar el año 2011, cuando el Universitario de Nuevo León acabó con una sequía de casi treinta años.
O 2015, cuando se llegó a la final de la Copa Libertadores.
Citar la vuelta olímpica en el BBVA o la final del mundo disputada en 2021.
No obstante, en todas esas ocasiones siempre hubo un importante sector de aficionados que festejaban los triunfos, sí, pero que no se sentían del todo representados.
Que eran felices porque Tigres no dejaba de ganar, pero hasta ahí.
No vibraban de emoción y casi siempre se iban a dormir con la sensación de que se pudo hacer algo más. De que quizás, aunque el equipo levantaba muchas copas, se pudieron ganar más de haber jugado de otra manera.
Ahora, en cambio, tenemos a un Tigres que ha cautivado a propios y a extraños.
Todos esos escépticos que no creían en el proyecto de Miguel Herrera, ahora llegan afónicos a la oficina y admiten que la experiencia del ‘Caonismo’ los tiene lo que les sigue de contentos.
Porque si bien este no es el mejor Tigres de todos los tiempos, sí es el que más ha enamorado… hasta el momento.
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